19.4.12
Un buen día, cuando ya había abandonado toda esperanza de sentir y hacer sentir que sentía, apareció él. Él, que todo lo hizo sin saber que lo hacía. Él, que todo lo cambió sin querer. En cuanto lo vi, automáticamente empecé a descubrir el sabor amargo y salado del llanto. Porque lo he llorado. Lo he llorado mucho y, como siempre se llora, a demasiada distancia. Bajo la lluvia, mezclando mis lágrimas con las del cielo, desde el cierre derrotado de cualquier bar o bajo la media apertura de su ventana, da igual. Lo he llorado como nunca lloré a los que creía conocer. Lo he llorado por ese futuro que ya no tendremos. Lo he llorado por ese pasado que dejamos pasar. Lo he llorado hasta quedarme sin aliento. Y lo sigo llorando por lo que no pudo ser, incluso por lo que nunca será.
Sé lo que estarás pensando. Que estoy enferma. . Pero es que, en ocasiones, la nostalgia es tan caprichosa que no necesita argumentos para doler. Se pueden echar de menos amores que jamás ocurrieron. Se pueden extrañar situaciones que no llegaron a pasar. De hecho, si nunca te ha ocurrido, es que nunca has querido por encima de tus posibilidades. Y si no has querido por encima de tus posibilidades, tu corazón no ha pasado de ser un órgano muscular hueco que impulsa sangre.
Eso es lo que pasa. Que lo extraño . En toda su ausencia. Hasta decir basta. Añoro esos paseos que nunca dimos por el parque. Añoro esos besos que quedaron pendientes. Esas risas que nos falto compartir. Esa canción que nunca escuchamos juntos r. Tengo que volver con él antes de morirme del todo. Tengo que volver con él hasta el punto en el que dejó de poder ser. Y volver a empezar juntos... por primera vez.
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Camila